Cada vez que mi móvil se estropea o se queda anticuado, me encuentro con un problemón que no hace más que agudizarse con el paso de los años. Y es que siempre que tengo que cambiar de teléfono me toca pasar por el mismo drama.
Soy de esas personas que no suelen usar mochila, bolso o riñonera, lo que significa que normalmente llevo el smartphone en el bolsillo. Hay que tener en cuenta que, como mínimo, también llevo las llaves de casa y la cartera encima, por lo que si a eso le sumas un móvil los bultos que se crean en los pantalones pueden ser bastante molestos y antiestéticos. Debo ser un tipo raro.
Por eso, me gusta que mis smartphones sean relativamente pequeños, no solo por el espacio que ocupan, sino porque su peso también es más pequeño, y eso es algo que se nota desde el primer momento. A nadie le apetece llevar un trasto pesado en el bolsillo. Las cosas como son.
Las nuevas modas nos han traído móviles más grandes y pesados
Para mi el peso perfecto de un teléfono ronda alrededor de los 150 – 160 gramos. Hasta hace unos años podías encontrar móviles de esas características, pero el avance tecnológico ha hecho que los smartphones ahora tengan mejores pantallas, con más resolución, más brillo y una mayor tasa de refresco. Pero claro, esas pantallas también consumen más energía, por lo que los fabricantes no han tenido más remedio que empezar a fabricar baterías más potentes, simplemente para que mantengan el mismo nivel de autonomía y no se apaguen antes de que llegues a casa por la tarde.
A día de hoy seguimos utilizando las mismas baterías de litio que equipaban los primeros smartphones, por lo que cuanta más batería tengamos, el peso y el espacio que ocupa dentro de la carcasa también se incrementará. Al menos por ahora, no parece que sea un problema de fácil solución.
A todo esto, tenemos que sumarle la moda de los móviles gigantes, los modelos “Note” que están a medio camino entre una tablet y una libreta, y una tendencia de mercado donde la cantidad parece prevalecer por encima de la calidad. Ya sabéis el dicho: “Ande o no ande, caballo grande”.
El año pasado se rompió la pantalla de mi Pixel 3A, que pesaba 147 gramos y tenía una pantalla de 5,6 pulgadas. Una maravilla de móvil. La verdad es que no tenía ningún problema en gastarme unos cuantos euros de más si eso me permitía comprar un nuevo smartphone decente con unas dimensiones similares. Pero, oh, la cruda realidad me pegó un casquetazo en toda la cara.
La mayoría de móviles de gama media actuales no bajan de los 200 gramos, y los que lo hacen no suelen andar muy lejos de los 180 gramos, que también es un peso que se nota cuando lo llevas en el bolsillo.
En la gama alta la cosa no está mucho mejor. Pensé en dejarme llevar por uno de esos smartphones plegables, pero tampoco son mucho más ligeros. El Samsung Galaxy Z Flip5, por ejemplo, pesa 187 gramos, y el hecho de que se pueda plegar sobre sí mismo tampoco aporta muchas ventajas a la hora de llevarlo encima (o al menos eso me parece a mí, aunque tampoco voy a pagar casi mil euros para comprobarlo).
Quiero pensar que cuando se consigan fabricar baterías más pequeñas volveremos a ver móviles un poco más compactos y ligeros. O quien sabe, quizá vuelva la moda de las pantallas reducidas, aunque solo sea por explotar una estética “retro” que todavía no ha florecido en el mercado de los smartphones.
Yo por lo menos no me cansaré de reivindicar la vuelta de este tipo de móviles. ¿Y vosotros qué opináis? ¿Os gustan los móviles pequeños o preferís una buena pantalla con la que poder disfrutar de vuestras apps y juegos favoritos?