Hace unas semanas os comentaba cómo me había dado de baja de Netflix y otros servicios de streaming, porque casi sin darme cuenta me estaba dejando un buen pico de dinero todos los meses. Todavía sigo pagando la suscripción de algunos servicios, pero algo me dice (llámalo intuición) que dentro de poco volveré a pasar por el aro.
Y la culpa no será mía. No señor. Las compañías han adoptado este nuevo modelo de “software como servicio”, y ya ni siquiera te puedes comprar un programa como Photoshop haciendo un pago único. Estás obligado a suscribirte y a pagar todos los meses.
¿Sabías que Microsoft hace algo parecido con su paquete de Office? A menos que busques bien en su web, parece que Office 365 solo está disponible bajo un pago o plan mensual. Solo después de hacer scroll durante un rato te das cuenta de que también existe la opción de comprar una licencia y olvidarte de este pequeño chupóptero mensual llamado suscripción.
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Esta nueva obsesión de presentar todos sus productos bajo suscripción no es algo que se hayan inventado los de Adobe o Microsoft. Muchas de las aplicaciones populares que han surgido en los últimos años están enfocadas a un modelo de pago bajo suscripción.
Ahí está el caso de Filmora, el conocido editor de video que en su día ofrecía tanto el modelo de suscripción como la posibilidad de hacer un pago único para obtener una licencia perpetua con actualizaciones de por vida. Es posible que desde Filmora se dieran cuenta de que con eso de ofrecer “actualizaciones de por vida” no les salían las cuentas, y hace poco han tenido algún que otro problema al respecto.
Los modelos de suscripción tienen sentido cuando se trata de una plataforma como Netflix o Spotify, donde pagas por el acceso a un determinado contenido de consumo, como películas o música. Ahí sí que funciona el sistema de suscripciones, ya que probablemente nadie querría comprarse los DVD de todas las series que ve a lo largo de un mes.
Pero en el caso de los programas y el software en general, la intencionalidad es completamente diferente. El usuario que compra el paquete de Office 2021 lo que necesita es una suite de ofimática, y seguramente le dará igual no tener la versión de MS Word de 2023, o la que vayan a sacar de aquí a un par de años.
Lo mismo ocurre si necesito un editor de video, una aplicación de cámara o un grabador de pistas musicales. Los fabricantes de software se han dado cuenta de que el sistema de suscripciones es mucho más lucrativo, y ahora intentan mantenernos “atados” con la excusa de recibir nuevas actualizaciones o funcionalidades que quizá no todo el mundo necesita.
Pagar por una suscripción: ni más barato ni más caro
Las aplicaciones para móviles también se han contagiado de esta “suscribitis”, y no hablemos ya de los videojuegos, con sus pases de batalla y pases de temporada. Hemos dejado de comprar productos para pasar a un modelo más parecido a lo que supone pagar un alquiler o hacer un préstamo.
Ahora bien, si lo miramos desde el lado práctico, ¿nos sale realmente más barato pagar una suscripción todos los meses que comprar la licencia de software por 100 euros o más?
Visto desde la perspectiva de un usuario puntual que solo necesita una aplicación para unos cuantos meses, tener la opción de pagar una mensualidad por una fracción del precio original del producto sin duda es un acierto. Y eso es algo que las desarrolladoras deberían valorar y potenciar, pero esto solo funciona si también existe la opción de poder comprar esa aplicación a perpetuidad.
Si eres un profesional y necesitas estar a la última tanto en funcionalidades como en parches de seguridad y demás medidas que aporten valor, pagar una suscripción probablemente te salga más o menos igual de económico que comprar una licencia.
Para el resto de casuísticas, pagar una suscripción no es más que otra manera de retener al cliente y obligarle a sacar la cartera por actualizaciones que de otra manera nunca pagaría por iniciativa propia.
Puede que a la industria se le haya ido de las manos esto de las suscripciones y el software como servicio, pero todavía estamos a tiempo de reconsiderar, dar marcha atrás y aprovechar las ventajas de un sistema que, admitámoslo, ya ha sido ampliamente aceptado por la sociedad. Solo necesitamos pulirlo un poco más para que la gente también tenga la opción de elegir qué es lo que más le conviene en cada momento.
Imagen de portada: DALL-E 2